En este artículo trato de contribuir al debate en torno al Ingreso Mínimo Vital, proponiendo una alternativa que desde mi punto de vista mejora lo que esta prestación no contributiva ofrece.

¿El Ingreso Mínimo Vital es la solución?

Antes del Ingreso Mínimo Vital: ¿muerte?

Si el empleo es el trabajo con derechos, como bien afirmó Carlos Prieto (1999), parece que estamos volviendo al significado más crudo del trabajo, el definido por la economía liberal y asumido en nuestra Encuesta de Población Activa: realizar una actividad de al menos una hora de duración, la semana anterior a la encuesta, por la que se hubiera recibido una contraprestación económica o en especie. Y nada más. En esta definición no se habla ni de contrato, ni de derechos laborales, ni de horario, ni de cumplir unas mínimas condiciones, sino solo realizar una actividad y que te den algo, lo que sea, cama y comida entraría en la definición.

Ante una realidad en la que cada vez hay más población cuya fuerza de trabajo no puede ser vendida al mercado, porque el mercado no la quiere comprar, ya que no le otorga valor de cambio, cada vez más personas, como afirmaba Robert Castel (2004), son lanzadas a los extremos, fuera de la sociedad, personas sin ingresos, personas sin capacidad de consumir, personas “inservibles” para la sociedad porque son inservibles para el mercado. ¿Qué hacemos como sociedad “democrática” con una población cada vez más numerosa que no logra que su fuerza de trabajo sea comprada por el mercado? ¿Les matamos? No parece que podamos legitimar esta vía, aunque a algunas personas sí que les hemos dado un empujoncito, y terminan matándose solas, si no, recordemos las numerosas personas que se tiraban desde sus balcones justo en el momento en que iban a ser desahuciadas de sus viviendas.

El Ingreso Mínimo Vital: ¿estabilizando la pobreza?

¿Qué hacemos con las personas a quienes ya nadie les va a comprar su fuerza de trabajo? Les facilitamos el acceso a un Ingreso Mínimo Vital, parece mejor opción que dejar a su suerte cada vez a más población, pero ¿esta es la solución para vivir en sociedades equilibradas, en las que por nacer tengamos la oportunidad de vivir en condiciones de dignidad a cualquier edad y sean cuales fueren nuestras circunstancias? Pienso que este Ingreso es una estrategia para que estas personas a quienes se está dejando fuera el mercado, no despierten un día y comiencen a incendiar bancos, inmobiliarias o conferencias de personas respetables. Robert Castel (2004) nos recordaba que Stoleru, economista liberal, apoyaba los ingresos mínimos para “estabilizar” la pobreza. No nos cuesta imaginar de lo que sería capaz un padre o una madre que no pueda alimentar a sus criaturas. A quienes están en situación privilegiada les interesa una sociedad “estable”, sin grandes conflictos… Quienes abogan por adelgazar el Estado del Bienestar no lo quieren tan delgado como para no financiar a las fuerzas de seguridad que protejan su propiedad privada, ya que si el Estado no se ocupa, van a tener que invertir en seguridad privada, y eso es más caro que pagar un Ingreso Mínimo Vital que estabilice a los pobres.

Discúlpenme las personas de izquierdas y socialdemócratas que han abogado fervientemente por este ingreso, sin duda sus objetivos son loables y ambiciosos, no pienso que pretendan estabilizar la pobreza, sino que su objetivo, sin duda es combatir la pobreza, y puede ser que en algunos casos se logre, en otros, sí que podríamos convenir que dignifica la vida de quienes están abajo, y van a seguir abajo, a la vez que se consiguen sociedades más estables; y esto no solo beneficia a quienes están abajo, sino fundamentalmente a quienes están arriba, que pueden seguir con sus negocios con tranquilidad y en paz.

Dignificar la vida de quienes habitamos en una sociedad que se supone democrática, implica garantizar la igualdad de oportunidades para todas y todos. Personalmente apoyaría una medida como el Ingreso Mínimo Vital como algo temporal, asumiendo que nuestra sociedad es una sociedad inserta en la economía de mercado, lo que significa por definición que va a generar desigualdades, que legitima con el discurso meritocrático-liberal que afirma que quienes no pueden conseguir un empleo o mantenerse a sí mismos y a sí mismas es porque no se han esforzado lo suficiente. Esto sería así, si realmente la igualdad de oportunidades fuese una realidad, pero no lo es, se reproduce entonces la desigualdad de origen, y no parece justo que dependiendo de dónde hayamos nacido, o de nuestro capital económico, simbólico, social, ideológico y cultural, en terminología de Bourdieu (1991), tengamos más o menos posibilidades de vernos en la necesidad de solicitar el Ingreso Mínimo Vital.

En este país, cada nueva reforma laboral, desde las iniciadas con el primer gobierno democrático del PSOE, ha supuesto una pérdida de derechos de la parte más débil de la relación laboral, generando mayor incertidumbre y vulnerabilidad. Las reformas laborales han optado por desproteger el trabajo y por dividir los empleos estables, dividiendo así los salarios, que ya no son suficientes para satisfacer las necesidades de las personas que trabajan y las de sus familias, obligando así a estas personas trabajadoras a buscar otros empleos precarios, con lo que se rebaja su calidad de vida; o debiendo conformarse con subsistir y angustiarse a la espera de mejorar su suerte. Precisamente, una de las principales bondades del Ingreso Mínimo Vital (Torres Padilla y Martín Criado, 2020), es permitir a quienes lo cobran poder planificar y prever su futuro, una característica que les aleja de la exclusión vulnerable, en la que no se puede planificar nada, más allá de una mera supervivencia.

Una cuestión que me gustaría resaltar es que es una prestación que contiene incentivos al empleo y a la inclusión, lo que entiendo que sería algo parecido a su vinculación a un itinerario de inserción, como ejemplo de política activa de empleo. Las llamadas “políticas activas” de empleo, tienen muy buena prensa, frente a las “políticas pasivas” muy denostadas, y que sin embargo generan importantes efectos positivos (véase Torres Padilla y Martín Criado, 2020). Las “políticas activas”, de algún modo “culpan” a la persona desempleada de sus carencias, insuficiencias y de su “inempleabilidad”, entre ellas estas políticas está por ejemplo la Formación Profesional Ocupacional, la panacea que resolvería el desempleo. Aunque ya Braverman (1987) cuestionó las Teorías del Capital Humano, que afirmaban que el mercado te reconocería tus cualificaciones, justificando así que debas formarte y formarte si quieres llegar a conseguir un puesto de trabajo cualificado que te otorgue reconocimiento social. No parece haber sido eso lo que ha sucedido con toda la Formación Profesional Ocupacional que se ha puesto en marcha en este país. ¿Cuantas personas no han hecho todo lo que el Estado les ha dicho que tenían que hacer? Numerosos cursillos para pasar una entrevista de trabajo, para hacer un curriculum, para mejorar esta competencia profesional que se preveía iba a demandar el mercado, para esta otra… cursos de 400 horas, de 500 horas, horas y horas acumuladas de tantas personas que ninguna empresa ha valorado después. Estas personas desempleadas “inempleables” por “su culpa”, han estado aparcadas en academias e instituciones de formación que les responsabilizaban de su mala suerte, tratando de convertirles en “empleables”, y que hoy día, después de hacer todo lo que el personal de orientación, -que parece ser el único que realmente se ha empleado-, les dijeron que tenían que hacer, siguen en situación de desempleo… Las políticas activas de empleo en realidad son la forma como la sociedad descarga su responsabilidad sobre los hombros de la persona desempleada, que no está suficientemente formada, o no es suficientemente simpática, o no ha apretado suficientemente la mano en esa entrevista de trabajo y no ha mostrado así la seguridad necesaria para ese empleo… Otra de las políticas activas de empleo “estrella” es el emprendizaje, que parece ser la única solución que proponen los Gobiernos, que cada persona se convierta en una persona emprendedora. Y si alguien no desea o no puede emprender ni endeudarse, ¿no le queda ya nada qué hacer?

El hecho de ser compatible el Ingreso Mínimo Vital con rentas del trabajo o con actividad económica por cuenta propia de la persona beneficiaria individual, es la viva legitimación de los salarios de miseria, y el asumir que el mercado de trabajo de este país genera precariedad laboral, arrastrándose esta precariedad a las vidas de las personas “precarias”. Estas trabajadoras pobres y estos trabajadores pobres, son quienes a pesar del desempeño de un empleo no les llega para satisfacer sus necesidades básicas. Debido a esta realidad, que en lugar de ser combatida, es asumida, el Ingreso Mínimo Vital viene a legitimar estos salarios de miseria, que como no dan para lo suficiente, son complementados por el Estado. No puede ser que sólo se cotice por unas horas laborales, que haya rotación, que la gente ande a la búsqueda de unas horas de trabajo acá o allá, y que como tienen que vivir, el Estado, consciente de esta realidad, como ya afirmó Mingione (1993) en un magnífico libro titulado “Las sociedades fragmentadas” suministra esas rentas que complementan la miseria que ha generado el empleo precario.

¿Existirían otras estrategias posibles al Ingreso Mínimo Vital? Quienes apoyan opciones de ingresos mínimos o básicos para toda la ciudadanía, lo que no es el caso del Ingreso Mínimo Vital que es para las personas con menos recursos económicos, lo hacen con argumentos del tipo: “estamos en una sociedad cada vez más rica, en la que no es necesario emplear la misma fuerza de trabajo que en el pasado, ¿entonces? Redistribuyamos la riqueza socialmente producida. Si antes una trabajadora, o un trabajador, realizaba un trabajo repetitivo y ahora lo puede realizar una máquina, parece positivo que sea la máquina quien lo asuma, y así esa trabajadora puede realizar otras actividades vitales más enriquecedoras, y para ello, necesita disponer de ese ingreso básico”. Son propuestas que buscarían el desarrollo de la creatividad y poder vivir el tiempo propio, y para ello sería imprescindible garantizar que se cubren las necesidades básicas, siendo la sociedad, de la mano del Estado, quien redistribuyese su riqueza, de manera honesta y ofreciendo oportunidades a toda la población, a toda, independientemente de su cuna. Sería una opción estupenda, que imagino difícil en el marco de una economía de mercado, que aunque esté en “crisis” goza de muy buena salud. Curiosamente, los ricos de Davos apoyan una renta o ingresos básicos para toda persona, ¿cómo que los ricos más ricos y más liberales apoyan esto? Parece raro. Es un apoyo condicionado al mayor adelgazamiento del Estado de Bienestar keynesiano, o lo que queda de él en algunos países que lo tuvieron. Su opción es pagar a todo el mundo un ingreso, y que sea cada persona quien se financie sus necesidades vitales básicas y no básicas, y entre las básicas hablamos de educación, sanidad, pensiones, incapacidad, desempleo, dependencia, es decir, una reducción drástica del Estado Social: “porque como ya tienes una renta, ya tú te ocupas de tí”. Esto es la máxima expresión y legitimación de la desigualdad. A nadie se nos escapa que con un ingreso básico no podremos hacer frente a ningún gasto más allá de pagar alimentos, un alquiler bajito, ropa low cost, bombona de gas butano para cocinar en la hornilla, jabón barato para lavarnos y lavar la ropa, luz, agua, y poco más. ¿Y todo lo demás? Para todo lo demás no hay con este ingreso.

El Empleo Garantizado: alternativa al Ingreso Mínimo Vital

Personalmente abogo por otra propuesta, y es posibilitar que quienes solo tengan su fuerza de trabajo para poder satisfacer sus necesidades básicas, puedan venderla en condiciones de dignidad. El mercado es caprichoso, no podemos dejar en sus manos, como recordaba Robert Castel (2004) el objetivo de la cohesión social. La cohesión social debe ser un objetivo de la sociedad, un objetivo del Estado, como el único agente que puede “salvarnos”, por eso pienso que la mejor propuesta es la que en un momento Izquierda Unida puso sobre la mesa: el trabajo garantizado, que prefiero nombrar como empleo garantizado. Y debe ser empleo porque no valdría cualquier trabajo, ya que trabajo hay todo el que queramos y más, lo que no hay disponible es empleo, o trabajo con derechos, y esta sería mi opción. Que todas las personas que tuvieran capacidad y quisiesen desempeñar un empleo, tuviesen un empleo disponible que garantizara el Estado. Un empleo que ofreciese un salario digno y derechos. Estas personas que estarían desempeñando un empleo, cotizarían a la Seguridad Social, por la que tanto nos interesa velar y contribuir para que nos proteja en tiempos de enfermedad, de cuidado de una criatura, de vejez, en una situación de discapacidad o de diversidad funcional, o en cualquier otra situación que no nos permita poder seguir desempeñando ese empleo.

¿Cuál es el problema? ¿Por qué no se plantea? Supongo que porque implicaría que de un plumazo terminaría la precariedad que caracteriza, cada vez más a los mercados de trabajo posteriores a los Estados del Bienestar, y especialmente al mercado de trabajo español. Un mercado de trabajo precario, en el que una trabajadora añora que mañana le llamen dos horas para trabajar, y que no sabe si le llamarán, si no le llamarán; y si le llaman, si será para trabajar dos horas en la mañana, al medio día, en la tarde… o si le llamarán para dos horas y echará más… Conocemos situaciones de abusos en el trabajo, si bien es cierto que no hay abusos en todas las empresas, algunas se “aprovechan” de la no existencia de empleo digno para todo el mundo para apretar y ofrecer estas condiciones precarias, temporales, mal pagadas, no cualificadas… que hacen que quienes “aspiran” a esos empleos, porque no pueden imaginar otros más estables y mejor reconocidos, deban estar absolutamente disponibles y su tiempo, que no remuneran, a disposición de ese trabajo ansiado que podría llegar: “por si me llaman, estoy a la espera, no puedo planificarme mi vida ni plantearme nada más que anhelar la llamada para mañana ir dos horas a trabajar”.

El empleo garantizado sería la estrategia para terminar con estos trabajos moralmente reprobables, porque si el mercado quisiera emplear a alguien, tendrían necesariamente que al menos igualar las condiciones del empleo garantizado que ofrecería el Estado. Y esto sí que supondría un verdadero cambio y una solución, supondría revertir las reformas laborales, sería luchar de verdad contra la precariedad de los empleos y por tanto la precariedad y la angustia vital de tanta gente.

¿Dónde hay trabajo disponible? En este periodo de confinamiento lo hemos visto, en todo lo relativo a producción de alimentos, en el campo, tan denostado, tan necesario y tan duro. Hay que pensar en cómo dignificar y profesionalizar el trabajo del campo, que demanda profesionales y no los encuentra. En la industria agroalimentaria, distribución de productos básicos, industrias vinculadas al ámbito de la salud, medio ambiente -evitar incendios, garantizar suministro de agua, lograr ser más autónomos energéticamente y aprovechar las oportunidades de sol y viento que nos ofrece nuestro medio-, y por supuesto en el ámbito del cuidado de la vida humana. En cada uno de estos espacios económicos, además de otros posibles, será la iniciativa privada o el propio Estado quienes deban tener mayor protagonismo. Por ejemplo, si hablamos del cuidado de la vida humana, y de la gestión de las residencias en los pasados meses de marzo a junio de 2020, las que estaban en manos de fondos “buitres” de inversión cuyo objetivo era el lucro y no las personas, se han revelado mortales, es lo que pasa cuando las necesidades sociales se dejan en manos del mercado exclusivamente, por eso el Estado debe desempeñar un rol mucho más activo, no puede delegar su responsabilidad como garante del interés público y del bien común. Cuidados, salud, educación, cultura, medio ambiente… ámbitos en los que hay tanto por hacer, pues hagámoslo y utilicemos para ello el empleo garantizado, el Estado no puede mirar para otro lado.

Sorprende que desde la política, y ya no sólo desde la izquierda, se alce la voz a favor de un Ingreso Mínimo Vital, y sin embargo no se alce la voz para que de una vez por todas se acabe con la precariedad ¿Es inevitable la precariedad del mercado de trabajo español? ¿Es cierto que sin precariedad las empresas no pueden ser viables? Una actividad económica no se puede fundar en la generación de miseria social sobre esa trabajadora y ese trabajador que se ha empleado. Si no es inevitable, hagamos un pacto social sincero, honesto y velemos porque las vidas de las empresas, de sus propietarios, de las trabajadoras y de los trabajadores sean buenas y dignas. Nada más, y nada menos.

Si queremos sociedades más equilibradas, debemos reducir y luchar activamente contra la desigualdad social, eso será bueno para todo el mundo, y la desigualdad se combate con empleo digno y regulado por un derecho del trabajo que proteja a la parte débil de la relación laboral, sin la amenaza de mayor desprotección con cada nueva reforma. Por todo esto, mi opinión sobre el Ingreso Mínimo Vital es contradictoria, si bien prefiero vivir en una sociedad en la que exista para evitar que las personas nos podamos encontrar sin lo mínimo para subsistir, no comparto la existencia de este Ingreso si en el fondo es una mera estrategia para estabilizar la pobreza. O garantizamos empleo para toda la población que quiera emplearse en condiciones dignas y protegidas, o repartimos miseria.

¿Y cómo lo financiamos? Como podamos –por ejemplo aumentando la contribución de solo el 2% de las sociedades de inversión-, financiar esos empleos, que a la vez estarían llenando la bolsa de la Seguridad Social, debería ser el objetivo público prioritario. ¿Realmente sería mucho más caro que el Ingreso Mínimo Vital? No lo sería, pasaríamos de cobrar una prestación no contributiva de la Seguridad Social, a cotizar y aportar a la misma. Además de conseguir una existencia social propia, en la que cada persona se ganaría su pan y se adueñaría de su propia existencia, reconstruyendo así su propia identidad vital. Sabemos que la vida es mucho más que un empleo, pero una vida sin empleo, parece estar siendo una vida imposible de vivir por lo que te quita, sin empleo digno nuestra existencia se torna dependiente e incierta.

Esta opción probablemente no encuentre apoyo en quienes se benefician de un mercado laboral precario, pero el resto, que somos mayoría social, deberíamos tratar de hacer que nuestra sociedad fuese más justa y equilibrada, y menos desigual. Así lo veo yo, tristemente, ahora, en julio de 2020, desde Europa parecen haber condicionado la financiación que países como España han demandado, a una mayor profundización en medidas de reforma laboral, y ya sabemos lo que eso significa: “malos tiempos, para la lírica…” (Golpes Bajos, 1983, inspirado en el poema de Bertolt Brecht), con una brutal y desnuda vigencia hoy.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

  • BOURDIEU, Pierre. 1991. La distinción. Criterio y bases sociales del gusto. Madrid: Taurus.
  • BRAVERMAN, Harry. 1987. “La calificación en el trabajo”, en Trabajo y capital monopolista: La degradación del trabajo en el siglo XX. México: Ed. Nuestro Tiempo.
  • CASTEL, Robert. 2004. La metamorfosis de la cuestión social. Una crónica del salariado. Buenos Aires: Paidós.
  • MINGIONE, Enzo. 1993. Las sociedades fragmentadas. Una sociología de la vida económica más allá del paradigma del mercado. Madrid: Ministerio de Empleo y Seguridad Social.
  • PRIETO, Carlos. 1999. La crisis del empleo en Europa. Valencia: Germania. 2 volúmenes.
  • TORRES PADILLA, Pedro y MARTÍN CRIADO, Enrique. 2020. El Ingreso Mínimo Vital es un arma cargada de futuro. La lección de Bourdieu. ISSN 2695-8546. Publicado 18/06/2020 en Entramados Sociales desigualdades de clase social, género y etnia. Web de divulgación sociológica accesible: https://entramadossociales.org/trabajo/el-ingreso-minimo-vital-arma-cargada-futuro/

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Sobre el autor/a

Carmen Botía Morillas

Profesora contratada doctora en la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla. Es Doctora en Sociología con Mención Europea (2011) por la Universidad de Sevilla con una tesis doctoral sobre relaciones de género en parejas primerizas no tradicionales. Ha sido Ocasional Research Student en el Departamento de Sociología de la Universidad de Bristol (2010). Magister en Género y Desarrollo por el ICEI-Universidad Complutense de Madrid (2002), realizando las prácticas en Ecuador, y Máster en Gestión en Recursos Humanos por la Escuela de Negocios de Andalucía (1998). Sus áreas de interés se centran en la sociología de las relaciones de género, nueva maternidad y nueva paternidad, sociología del empleo y del trabajo y métodos de investigación social. Ha participado en distintos proyectos I+D, entre los que destacan el Proyecto TRANSPARENT. Actualmente está trabajando en el Proyecto IMPLICA .

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