Para analizar sociológicamente necesitamos comprender a los grupos sociales y personas que conforman nuestro objeto de investigación. Y comprender requiere desarrollar una empatía, incluso -y sobre todo- con quienes defienden posturas antagónicas. Esa perspectiva, esencial para un análisis sociológico, es la opuesta a la que defiende el análisis crítico de discurso.

Arlie R. Hochschild, socióloga de la universidad de Berkely, California, estaba fascinada con el fenómeno del Tea Party. No porque comulgara con él, sino todo lo contrario: representa lo opuesto a lo que ella piensa y defiende. Por ello, tomó una decisión propia de socióloga:

“aunque yo también tengo mis opiniones, como socióloga me mueve un enorme interés por cómo percibe la vida la gente de la derecha, es decir, por las emociones que subyacen a la política. Para entender estas emociones tuve que ponerme en su lugar”

“Ponerme en su lugar” es otra forma de decir “empatía”, pero también es otra forma de enunciar aquel famoso mandato de Weber: “comprender”. Para ello, Hochschild necesitaba salir de su burbuja progresista: en vez de seguir leyendo los textos de izquierda que achacaban todo tipo de déficits morales y cognitivos a los seguidores del Tea Party, o de acumular encuestas que relacionaban voto con características sociodemográficas, irse a un Estado del sur donde el Tea Party tuviera apoyo y mezclarse con sus seguidores. Hablar y convivir con ellos. No para discutirles, no para impugnarles, no para encontrarles carencias morales o intelectuales, esto es, no para hallar nuevas razones para detestarlos y despreciarlos. Para “comprender”.

Hochschild buscó un lugar que ofreciera los mayores desafíos a la explicación sociológica, allí donde a priori el apoyo a muchas de las propuestas del Tea Party fuera más improbable. Y lo encontró en Luisiana, un Estado donde la industria petroquímica ha causado algunos de los mayores desastres ambientales de Estados Unidos y donde el Tea Party, que defiende acabar con buena parte de regulación medioambiental, tiene un fuerte apoyo. Allí se trasladó y comenzó a entrevistar y a compartir comidas, reuniones, visitas con miembros del Tea Party.

El resultado de esta experiencia es Extraños en su propia tierra. Ira y duelo en la derecha norteamericana (la edición castellana ha sustituido el subtítulo por otro desafortunado y engañoso). El libro nos va llevando de personaje en personaje del Tea Party: conocemos sus vidas, sus cuitas, sus desventuras, sus opiniones, sus obstinaciones en un relato polifónico donde sus testimonios se mezclan con datos de diversas fuentes, con voces discrepantes. Vemos a parejas que siguen viviendo en las casas de toda la vida junto a pantanos ahora pestilentes por la contaminación, a matrimonios fuertemente creyentes que aceptan como un destino inevitable la increíble degradación medioambiental, a familias obreras que han triunfado, consiguiendo la casa de sus sueños, junto a otras en declive, a obreros cualificados que fueron moviéndose desde el partido demócrata hasta el Tea Party, a otro obrero que, a raíz de las catástrofes, se convirtió en activista del medio ambiente al tiempo que intentaba que el asunto entrara en la agenda del Tea Party…

Esta heterogeneidad constituye por sí sola una enorme enseñanza: nos muestra la diversidad de un movimiento que desde la lejanía parece homogéneo -como todo lo que se ve desde lejos-. Y constituye un magnífico ejemplo de la riqueza de la investigación cualitativa. En efecto, frente a las visiones de avión de las grandes estadísticas, la investigación cualitativa marcha sobre el terreno y nos permite reconocer los paisajes, los objetos, las personas de lugares en los que no hemos estado, de grupos sociales de los que todo ignoramos. Esa es la riqueza de la descripción: una riqueza que no podría caber en un artículo

La historia profunda

Sus conversaciones y experiencias le permiten a Hochshild ir construyendo unos esquemas comunes a los distintos seguidores del Tea Party con los que convive. Estos esquemas los resume en lo que denomina una “historia profunda”: una metáfora en movimiento de cómo ven su posición en la sociedad y las emociones asociadas.

Esa historia profunda es la siguiente. Ellos han trabajado toda su vida para alcanzar la cima del sueño americano. Están en una cola esperando su turno para recoger los frutos de su trabajo, de su capacidad de aguante, de los sacrificios sufridos. En esa cola sólo miran hacia adelante, hacia los que están más avanzados. Saben que hay gente detrás peor que ellos, pero sólo pueden tener energía para seguir si miran adelante. Pero ven que hay gente colándose, gente que obtiene beneficios sin haber hecho los sacrificios necesarios. A esa gente los cuela el gobierno con sus políticas de integración y de discriminación positiva: negros, mujeres, inmigrantes, refugiados… Los propios funcionarios del gobierno son los primeros en saltarse la cola: cobran grandes salarios con los impuestos que ellos pagan. Y en la cola se ha puesto por delante incluso a los animales: merece más atención un pelícano pringado de petróleo que ellos.

Hochschild intenta conjugar, para entender esta historia profunda, las dos partes del conocimiento sociológico: comprender y explicar.

Primero, comprender. Esta historia profunda está relacionada con esquemas más generales con los que se percibe y evalúa el mundo. Uno de ellos es la valoración del trabajo y de la capacidad de aguantar: un valor muy propio de las clases populares. Aquí se utiliza contra los subsidios gubernamentales: la mayoría de sus beneficiarios obtendrían dinero sin trabajar, estarían saltándose la cola. El gobierno estaría así quitándole dinero a los que realmente trabajan para dárselo a los ociosos -funcionarios, aprovechados de la beneficiencia…-.

Otro de los esquemas de base es el sentimiento de ser despreciados: en muchos medios de comunicación se les identifica como catetos (rednecks), racistas, machistas, homófobos…

“Madonna pensaba que Limbaugh [político republicano] la defendía de los insultos que ella sentía que los liberales proferían en su contra: Los liberales piensan que, como creemos en la Biblia, los del sur somos ignorantes, atrasados y cerriles. Unos perdedores. Están convencidos de que somos racistas, sexistas, homófobos e incluso gordos” (pag. 47).

“Su país, en lugar de estar de acuerdo con ella y su comunidad en cuanto a lo adecuado del matrimonio heterosexual como centro de la vida familiar, la obligaba a defenderse frente a la idea de que sus puntos de vista eran sexistas, homófobos, anticuados y retrógrados” (pag. 240).

Segundo, explicar. Hochschild nos señala varios factores que nos pueden servir para entender esta forma de ver el mundo. Destaco dos.

En primer lugar, el creciente descenso de salarios de la población blanca de clase obrera en las últimas décadas.

En segundo lugar, el hecho de que, desde los movimientos de derechos civiles de la década de 1960, se hayan conjugado dos fenómenos. Por un lado, la sustitución del conflicto social en torno a las clases sociales por un conflicto en torno a “identidades”: los movimientos son por características que se tienen o se suponen de nacimiento y que no tienen que ver con la posición en la estructura económica -negros, latinos, nativos, mujeres, gays…-. Por otro lado, la reducción de las ayudas estatales a la clase obrera. Esta desaparición de las clases sociales del debate y de las políticas sociales, y su sustitución por políticas de identidad justo cuando la clase obrera pierde posiciones, sería el suelo sobre el que crecería el resentimiento contra aquellos grupos supuestamente beneficiados por los criterios de identidad.

Desconozco hasta qué punto tiene Hochschild razón al explicar el Tea Party -aunque mucho de lo que cuenta me evoca intensamente a gente allegada que vota derecha o extrema derecha en España-. Pero su profunda apuesta por la empatía con el objeto de investigación me ha recordado -por contraste- el discreto encanto del análisis crítico del discurso (ACD) en las ciencias sociales.

El análisis crítico del discurso no es análisis sociológico del discurso

Muchos textos de análisis crítico del discurso analizan la misma ideología que Hochschild en su libro. El tono es muy distinto. Un ejemplo. Van Dijk concluye su libro Ideología con un análisis de un panfleto racista. ¿En qué consiste el análisis? Básicamente en criticar lo que dice el texto analizado, poniendo de relieve algunas estrategias retóricas y explicándolo por el “conservadurismo” como “metaideología”. En otras palabras, el análisis sustituye, en primer lugar, comprender por insultar: el autor del panfleto está “cegado” respecto a la realidad; sus percepciones están “distorsionadas” (p. 364). En segundo lugar, el análisis sustituye explicar por decir (supuestamente) lo mismo con otras palabras: el discurso racista se explicaría por el conservadurismo…. Uno puede imaginarse muy bien lo que haría un analista crítico del discurso con las personas que encontró Hochschild: demostraría lo equivocadas que están -o lo mezquinas que son- y lo atribuiría a una ideología que ofuscaría su razón. La comprensión es sustituida por un juicio sumarísimo donde el analista es fiscal y juez: convencido de la culpabilidad del acusado, sólo ha de hallar o amañar las pruebas condenatorias.

Ese análisis crítico es precisamente lo inverso de un análisis sociológico. En sociología pretendemos entender cómo piensan y actúan los grupos sociales: para ello, el primer paso es comprender sus razones, su forma de ver el mundo -en lugar de llamarles irracionales con palabras comunes (tontos, ignorantes) o elegantes (alienados, penetrados por la ideología dominante…)-. Sólo comprendiendo se puede llegar al segundo paso, explicar. Imaginémonos La ética protestante y el espíritu del capitalismo en un ACD: se extendería en lo absurdo de la teoría de la predestinación, en cómo los capitalistas explotan a la gente, reprobaría la concepción del tiempo como algo que se puede atesorar… Pero toda esta crítica no nos acercaría un ápice a una explicación sociológica: no sería más que una reiteración ilustrada de las ideas políticas del “analista”.

Alguien podría decir que es mejor criticar que comprender. Que comprender correría el riesgo de “justificar”. Nada de eso. Comprender cómo funciona algo no es justificarlo, es el primer paso para poder actuar, para cambiar la situación. Hochschild no nos dice que el Tea Party tenga razón: intenta explicarse por qué hay personas que se adhieren fervientemente a este movimiento. Y para hacerlo, ha de respetarlas: tratarlas como personas. Personas racionales y morales. Sólo así podremos comprender.

Comprender para explicar. Explicar para actuar. Actuar, además, desde la conciencia de que estas personas no son monstruos ignorantes e inmorales -esa imagen que tan fácil es hacerse de los adversarios para convertirlos en enemigos y llegar a la conclusión de que no hay más remedio que anularlos-.

“Si tuviera que escribir una carta a un amigo de la izquierda liberal, le diría: ¿Por qué no intentas comprender a alguien que esté fuera de tu burbuja política?” (pag. 329)

Quizás buena parte del discreto encanto del ACD provenga de que reafirma al analista en sus ideas, confortándole científicamente en un gratificante sociocentrismo maniqueo: nosotros estamos del lado del bien y ellos, del mal (racismo, machismo, xenofobia, intolerancia…). Uno puede imaginarse un analista crítico del discurso en la imagen que dan las personas entrevistadas por Hochschild cuando sienten el desprecio con que les obsequian los progresistas universitarios. A la postre, buena parte de los análisis críticos no son más que otra forma mediante la cual las clases cultivadas se autoafirman como superiores. Ello explicaría que esos análisis críticos gusten dejar fuera del análisis las divisorias de clase (exceptuando la división entre el 1% riquísimo y el resto, donde ellos, afortunadamente, se incluyen), centrándose en el género, la etnia y la nacionalidad. Así, la profesora universitaria puede sentirse víctima del varón autóctono que, a cambio de un ínfimo salario precario, le lleva a casa el sushi comprado por internet.

Hochschild, Arlie Russel. (2018). Extraños en su propia tierra. Madrid: Capitán Swing
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Sobre el autor/a

Enrique Martín Criado

Enrique Martín Criado

Profesor de sociología en la Un. Pablo de Olavide y doctor en sociología por la Universidad Complutense de Madrid, con la tesis “Estrategias de juventud” (publicada como “Producir la juventud”, Istmo, 1988). Ha publicado libros y artículos sobre teoría sociológica, técnicas cualitativas de investigación, análisis de discurso, sociología de la educación, transformaciones de las clases populares, sociología de la alimentación o sociología del trabajo. Entre sus publicaciones recientes destacan “La escuela sin funciones. Crítica de la sociología de la educación crítica” (Bellaterra, 2010), “Les deux Algéries de Pierre Bourdieu” (Ed. du Croquant, 2008) y “Conflictos por el tiempo” (coeditado junto a Carlos Prieto, C.I.S., 2015). Miembro fundador del colectivo “Denunciemos los abusos patronales”.

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