La secretaria de Educación, la Sra. Montserrat Gomendio, nos inquietaba un desayuno de una de las mañanas del mes de febrero con el argumento de que nuestro sistema universitario era insostenible, pues teníamos una de las tasas de matriculación más altas y unos sistemas de precios más bajos de Europa.

Ya sabemos que no tenemos unas de las tasas más baratas de matrícula. Quisiera abundar no obstante en otro argumento quizá  menos conocido.  Cuando se habla de la facilidad de acceso a los estudios universitarios, se está apelando a un imaginario colectivo en el que el referente de la democratización de la universidad parece haber sido un logro que vino de la mano de nuestra democracia. Sin embargo, la literatura sociológica nos muestra la persistente influencia de la clase social  a la hora decidir emprender estudios universitarios. Precisamente el CIS acaba de sacar un estudio sobre la evolución de distintos sectores en nuestro país desde los años 90 hasta nuestros días, y en lo tocante a Universidad la desigualdad de acceso por clase, se concluye, se ha mantenido bastante estable en el tiempo. Para los hijos de las familias de clase trabajadora, las más numerosas,  las probabilidades de acceder a estudios terciarios siempre fueron y siguen siendo minoritarias. Apreciamos cómo las probabilidades de que el hijo de un trabajador a los 19-20 años esté estudiando en la Universidad gira en torno al 20-25%;  para las clases altas, esta cifra es del 75%, justo al revés: lo que para unos es una excepción, seguir estudiando a niveles superiores,  para otros en cambio más bien constituye casi un derecho garantizado. Para las clases populares, además de ser bastante menor la probabilidad de venir a la Universidad, una vez que se deciden a hacerlo, está constatada  así mismo una mayor predisposición a realizar estudios de ciclo corto, cuando ha existido esa forma de diferenciación, y/o de optar por las titulaciones menos costosas.

¿Por qué estudian menos los hijos de clases bajas si es tan fácil y tan barato acceder a la Universidad? La respuesta es obvia. Para ellos nunca lo fue. La Sociología de la educación ha dado cuenta suficientemente de cómo los estudiantes de clases populares experimentan mayor presión por el logro académico y una mayor anticipación negativa de dificultades. Circunstancias en gran medida explicables, por la carestía de recursos generadoras de aversiones al riesgo, como por la ausencia familiar de tradición escolar. Hemos de decir que esto es así porque en España las tasas universitarias no han sido nunca de las más baratas de la Unión Europea  (ni si quiera antes de los actuales recortes y subidas) y la cobertura de becas también ha sido siempre una de las más escasas: 25% en el curso 2010-1011, antes de las reformas. Los becarios en nuestro país son pocos, en efecto, y aunque el criterio del resultado obviamente no es el único, han tenido que rendir cuentas siempre para mantener sus becas. No es extraño que constituyan un colectivo caracterizado por su mayor éxito académico.

Por otra parte, teniendo en cuenta que nuestro porcentaje de gasto en educación superior siempre estuvo muy por debajo de la media de los países de nuestro entorno, en realidad la expansión universitaria se ha cargado de un modo importante  y no suficientemente reconocido sobre las espaldas de las familias, familias que en muchos casos no tenían tradición de enviar a estudios terciarios a sus hijos y que sin embargo lo han hecho de un modo muy decidido. Esto ha teñido siempre a los estudiantes de clases más bajas de un tono de hiperresponsabilidad que parece estar detrás de la mayor dependencia de los logros académicos. Quizá el aumento de los estudiantes que trabajan, sobre todo en aquellas carreras donde más alumnos de clases populares hay, tiene que ver con esta mayor autoexigencia de los estudiantes de clase obrera. Insisto ¿para quién es o ha sido alguna vez en este país tan fácil y tan barato estar en la universidad?

Nuestra universidad es más masiva que de masas, pues, si aludimos con esta expresión a la idea de una democratización nunca realmente alcanzada en nuestro país, como ya apuntábamos en el 2006 en el artículo: “A massive university or a university for the masses: Continuity and Change in Higher Education in Spain and England”, (Langa y David, 2006). En este trabajo M. David contaba lo que había pasado en la universidad en Gran Bretaña a partir de la Higher Education Act, implantada en 2004: un giro importante en el sistema de financiación, que había incrementado las tasas, introduciendo un sistema de préstamos en lugar de becas, y cómo todo ello había no sólo aumentado las desigualdades entre universitarios sino profundizado la jerarquización entre universidades. Para el caso de nuestro país desde entonces las desigualdades que ya apuntábamos no han hecho sino agravarse hasta límites insospechados en una tendencia multiplicadora de las constricciones para buena parte de los estudiantes, los más vulnerables y dependientes de los logros académicos para su entrada y permanencia en el sistema. Desde la implementación de Bolonia y la subida de los precios de los masters, hasta el Real Decreto ley 14/2012,  y en estos días el famoso 3+2 que de nuevo da lugar a  fuertes protestas, etc. No es cuestión de hacer balance, pero… ahora precisamente nos vienen con declaraciones a favor de los préstamos.

En fin, que está claro, retomando  el argumento inicial de Gomendio, sobre lo insostenible del sistema, que no es porque sobren universitarios. La apuesta es ideológica. Para determinada perspectiva sobran universitarios de unas determinadas clases sociales, las menos solventes. Frente a los procesos de deserción universitaria o autoexclusión que muchos jóvenes de orígenes populares pueden y de hecho sabemos están ya implementando, queda, desde una óptica diferente, el debate  y la acción política en su sentido más amplio. La España de la que Gomendio dice que sobran universitarios no sólo está actualmente exportando a Europa y allende los mares mano de obra cualificada, también está protagonizando procesos muy originales y creativos de transformación sociopolítica (la famosa Spanish revolution) que tiene muy pendiente del devenir de estos procesos a gentes de todo el mundo. Y en ese sentido reclama una democratización social aún pendiente en nuestra universidad.

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Sobre el autor/a

Delia Langa Rosado

Delia Langa Rosado

Profesora titular de la Universidad de Jaén, desde 2011, aunque lleva impartiendo docencia en esta universidad desde el curso 1994-95. Su labor docente se ha centrado sobre todo en el mundo de la educación. Su interés investigador lo ha nucleado el tema de las desigualdades educativas. A partir del 2007 hizo una incursión en el ámbito de los cuidados, desde el enfoque también de la estratificación social, y a ella corresponden sus publicaciones del trienio 2007-2010. En 2011 volvió a retomar el tema educativo, época en la que, además de otros proyectos, se involucró como vicedirectora primero y directora después en la Revista de la Asociación de Sociología de la Educación. Actualmente se halla trabajando en un I+D sobre la institucionalización del concepto de inclusividad en los estudios universitarios. Ha realizado diversas estancias de investigación, entre las que destaca la que tuvo lugar en 2010 en el IOE (Instituto de Educación) de Londres.

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