El estudiantado universitario señala el PowerPoint como razón suficiente para no asistir a clase. Tufte demuestra que ello se debe parcialmente al propio formato de sus diapositivas. Debido a su baja densidad informativa y a la estructura de guiones jerárquicos, el PowerPoint es el peor formato para captar el interés de la audiencia y para explicar razonamientos complejos.

Olvidar el PowerPoint

“Docente leyendo PowerPoint”: estas tres palabras sintetizan lo peor de la universidad para el alumnado que participó en una reciente investigación sobre absentismo estudiantil en la universidad. El estudiantado, diverso en otros aspectos, aquí era unánime: no valía la pena asistir a una clase donde el docente se limita a leer PowerPoints intercalando comentarios esporádicos.

Ese rechazo ¿se debe únicamente a que el mismo tipo de docente que antes dictaba apuntes ahora recita Powerpoints? O, por el contrario, ¿hay algo intrínsecamente nocivo en el PowerPoint?

Edward Tufte demuestra convincentemente que el PowerPoint es el peor formato para captar el interés de la audiencia y para explicar razonamientos complejos.

Tufte compara el Powerpoint con los rasgos que debería tener una buena explicación de razonamientos complejos –esto es, compuestos por una estructura de relaciones múltiples entre una diversidad de elementos-.

Una buena explicación, en primer lugar, logra enlazar en una narrativa elementos dispares. Cada uno de estos elementos tiene, a su vez, una historia y un contexto. Por ello, una buena explicación precisa: a) una narrativa rica en matices y detalles; b) la posibilidad de relacionar simultáneamente una multiplicidad de elementos.

Una buena explicación, en segundo lugar, capta la atención planteando problemas a resolver y situándolos en un contexto. Ello requiere comunicar una gran cantidad de información. Tufte denomina a las formas de comunicar en poco tiempo mucha información como formas de “alta resolución”.

En tercer lugar, una buena explicación no confina al auditorio al papel de oyente pasivo. Por el contrario, propicia el diálogo, así como que el público establezca sus propias relaciones entre las ideas o hechos que se le presentan -en lugar de dárselo todo “masticado”-. Diálogo y participación permiten reducir los malentendidos -a diferencia del monólogo, donde el malentendido puede pasar inadvertido- y mantener la atención.

¿Propicia o entorpece estas condiciones el formato de PowerPoint? Para investigarlo, Tufte analizó una amplia muestra de Powerpoints de diversos estilos y finalidades y la comparó con exposiciones impartidas en otros formatos. En su análisis detectó dos propiedades esenciales del PowerPoint que comprometen claramente su utilidad como herramienta de exposición de razonamientos complicados -y mucho más como herramienta docente-: su baja resolución y su estructura de guiones jerarquizados.

Baja resolución

El primer problema es la reducidísima cantidad de palabras o números que caben en una diapositiva, especialmente en las plantillas prediseñadas.

Para mostrar la “baja resolución” del PowerPoint, Tufte compara diversos medios de transmisión de información. Leemos en silencio de 300 a 1000 palabras por minuto; en una exposición oral escuchamos de 100 a 160; una diapositiva media de PowerPoint comprende 40 palabras. Comparado con cualquier medio escrito o digital, el Powerpoint tiene asimismo una resolución ínfima: de 7 a 1 caracteres por pulgada cuadrada (frente a 26-44 de las noticias en internet o 53-168 de los libros impresos en papel).

Esa baja resolución viene determinada por la gran tipografía necesaria para proyectar en una sala, pero también porque el estilo de PowerPoint utiliza menos de la mitad del espacio para palabras o números -el resto es para viñetas, títulos enmarcados, adornos…-.

La baja resolución impide exponer simultáneamente una gran densidad de información con las relaciones que supone entre sus distintas partes. En su lugar, tenemos una secuencia interminable de diapositivas con información exigua y fragmentada. Ello dificulta realizar comparaciones o exponer explicaciones que relacionen una gran cantidad de elementos.

Tufte lo demuestra claramente con los gráficos estadísticos. Su muestra de diapositivas con tablas estadísticas arroja una media de 12 números por diapositiva. Esta cantidad no sólo es ínfima comparada con las publicaciones científicas: la prensa deportiva reproduce tablas de puntuaciones por equipos con muchísimos más números. Otro ejemplo: para reproducir en Powerpoint una tabla de temperaturas por localidades de un periódico popular habría que fragmentarla en 155 diapositivas.

Las reducidísimas tablas de PowerPoint impiden a la audiencia realizar sus propias comparaciones: ya están seleccionadas y estilizadas. La audiencia se convierte en receptora pasiva de las conclusiones del presentador.

Tufte insiste aquí en un aspecto que enfatizó Jack Goody en La lógica de la escritura y la organización de la sociedad: la escritura permite abarcar simultáneamente con la mirada una gran cantidad de datos adyacentes -frente a la sucesión de la oralidad-. Ello permite integrar en el mismo campo visual numerosas relaciones entre múltiples elementos y comparar una gran cantidad de informaciones. Las diapositivas de PowerPoint anulan esta posibilidad: fragmentan y secuencian la información, convirtiendo la presentación en una sucesión de diapositivas de ínfima resolución informativa.

La lista jerárquica

Un segundo aspecto problemático del PowerPoint es que su formato de exposición se reduce prácticamente a una lista jerarquizada de breves enunciados.

Las listas son útiles como recordatorios (lista de la compra, de cosas que hacer) y para comunicar mensajes sencillos -especialmente, para coordinar las actividades de distintas personas o grupos-. Para estas tareas, hay distintos formatos de lista. PowerPoint utiliza siempre el mismo: la lista jerárquica con guiones. Ésta genera un primer problema: cuantos más niveles, más espacio vacío, disminuyendo aún más la resolución de la diapositiva. Ello obliga, a su vez, a minimizar los enunciados, reemplazando las frases con sujetos y predicados por sintagmas abruptos como eslóganes (“Analizar críticamente”) o listas de la compra (“Habitus, capital económico, capital cultural”).

Un segundo problema es que las listas, a pesar de aparentar un pensamiento muy organizado -factor importante en su éxito-, no especifican bien las relaciones entre sus elementos. Las listas sólo pueden comunicar tres relaciones lógicas:

  • Secuencia temporal (primero lo cronológicamente anterior)
  • Prioridad (primero lo más importante, pero esto puede ser de diversos tipos: de lo más abstracto a lo más concreto, del elemento necesario al accesorio, etc.)
  • Pertenencia a un conjunto (sin especificar la relación que hace que pertenezcan a un conjunto)

Además, cada lista sólo puede mostrar una de esas relaciones a la vez: incluir varias induce a confusiones, al igual que el hecho -común- de que la lista no incluya los criterios de ordenación de la lista (no caben en el PowerPoint).

De esta forma, el PowerPoint es un formato poco amigable para presentar argumentos donde se vayan entrelazando elementos diversos con relaciones lógicas variadas -algo que requiere frases y párrafos-. En su lugar, tenemos sintagmas sueltos sin sujeto ni predicado, unidos entre sí por relaciones poco especificadas.

Tufte nos muestra un caso práctico de la ineficacia de estas diapositivas para comunicar eficazmente argumentos complejos: la comunicación entre los ingenieros de Boeing y los responsables de la NASA en torno a los problemas de seguridad en el satélite Columbia. Los ingenieros intentaron convencer a la NASA de que era temerario lanzar el satélite. Pero lo hicieron mediante diapositivas de PowerPoint. Ello les obligó a presentar sus argumentos de forma muy sintética y a adaptarse a la estructura jerarquizada de guiones. De esta forma, en lugar de presentar un argumento extenso de forma detallada, exponiendo todas las interrelaciones, exponían una sucesión de pequeños “puntos” llenos de acrónimos. Además, al adaptar estos “puntos” a la estructura jerárquica de guiones, datos cruciales para evaluar la posibilidad de accidente, al ser informaciones de detalles, quedaban relegados a los niveles inferiores de las diapositivas.

Los ejecutivos de la NASA consideraron que la evidencia presentada por los ingenieros no era suficiente para posponer el lanzamiento del satélite. Éste se desintegró.

El PowerPoint, en suma, propicia un tipo de presentación particular: una secuencia de diapositivas con muy baja resolución informativa donde no se especifican bien las relaciones entre los distintos elementos. Sus presentaciones secuenciales y fragmentadas son exactamente lo opuesto a una buena explicación:

En lugar de relacionar simultáneamente una multiplicidad de elementos, los fragmenta y secuencia en una sucesión de diapositivas.

En lugar de situar los problemas en un contexto rico en detalles, descontextualiza y empobrece la información transmitida.

En lugar de fomentar la participación del auditorio, permitiéndole establecer por su cuenta relaciones entre las ideas o hechos que se le presentan, lo condena al papel de oyente pasivo.

Ello no implica que la utilización del PowerPoint produzca automáticamente estos efectos. El PowerPoint puede ser utilizado sin daños por los mejores oradores y ofrece a los peores al menos “algunos puntos” a los que agarrarse. No obstante, comparado con otras alternativas, es un formato calamitoso.

La fragmentación escolar del conocimiento

Como el Columbia, muchos conocimientos transmitidos en nuestras aulas están desintegrados en diapositivas copiosamente decoradas, pero ayunas de información. Su éxito puede deberse en gran medida a que ofrece una impresión de orden, al tiempo que permite sustituir el denostado dictado de apuntes por una versión más “presentable”. Como señala Tufte, el PowerPoint puede resultar útil a conferenciantes que no tienen gran cosa que decir.

Su éxito también puede deberse a que se corresponde bien con la “fragmentación” del conocimiento tan extendida en las aulas: para convertir los contenidos a enseñar en materia fácilmente evaluable, se los fragmenta en paquetitos descontextualizados. Cada paquetito es una pregunta de examen -con sus guiones de respuestas- y cabe en una diapositiva.

Esa afinidad del PowerPoint con la enseñanza fragmentada ha extendido el PowerPoint en las aulas, pero también en los exámenes: en muchas asignaturas el docente suministra, como materia de estudio, los PowerPoints que recita en clase. Para el examen, el estudiante se limita a memorizar 200 diapositivas -el equivalente a una o dos horas de lectura-.

El problema se agudiza con la práctica de pedir al estudiantado que presente también sus ejercicios en PowerPoint. En lugar de desarrollar una argumentación, basta con captar los “puntos principales” y agruparlos en paquetitos -para lo que a menudo no se precisa conocer el tipo de vínculos (sucesión o coexistencia histórica, causalidad, cohesión lógica…) que asocian estos “puntos” entre sí-. Tufte analizó ejercicios escolares presentados en PowerPoint: consistían en una sucesión de 3 a 6 diapositivas; cada una contenía de 5 a 20 palabras junto a algún gráfico o imagen (es decir, un total de unas 80 palabras, que suponen 20 segundos de lectura en silencio). Como afirma Tufte: “Los niños aprenden, en vez de a escribir un informe usando frases, a decorar info-comerciales; al menos, siempre será mejor que incitarles a fumar.”

¿Qué hacer?

Los proyectores pueden ser muy útiles en clases y conferencias: permiten compartir y comentar vídeos, imágenes, gráficos, textos breves… Otra cosa es proyectar diapositivas de PowerPoint. Como alternativa, Tufte propone complementar la charla oral y la proyección de materiales audiovisuales con la distribución de material en papel.

Este podría consistir tanto en párrafos como en tablas de datos. La exposición del argumento principal en párrafos permite recurrir a esa antigua tecnología con la que se han expuesto durante siglos razonamientos complicados con relaciones causales: la estructuración del discurso en frases y párrafos. Las frases, con sujeto y predicado, permiten establecer relaciones de agencia o causalidad; mediante los verbos permiten relacionar distintos elementos e indicar procesos; mediante los complementos circunstanciales permiten añadir contextos temporales, espaciales, de modo…. Vinculadas unas frases a otras en párrafos consiguen establecer toda una trama de procesos donde distintos elementos se van relacionando entre sí -algo completamente distinto de la sucesión de sintagmas sin verbo de la mayoría de PowerPoints-. A su vez, las tablas estadísticas se podrían también distribuir enteras, sin fragmentarlas en pequeños recuadros de 8 celdas: permitirían que la audiencia estableciera comparaciones por su cuenta, abarcando una gran cantidad de información de un solo vistazo. Ello le permitiría tomar un papel activo en la interpretación de la información suministrada.

Tufte propone entregar antes de la conferencia una hoja de tamaño A3 doblada en cuatro partes: puede contener la información equivalente a 50-250 diapositivas típicas, pero con mucha mayor resolución. Además, propone reservar unos minutos iniciales a la lectura silenciosa del breve informe entregado al inicio: dado que se lee 3 o 4 veces más rápido de lo que se tarda en exponer oralmente, permitiría multiplicar la “resolución” de la información transmitida, incentivando la participación del auditorio. Se invertiría así la situación que propicia cotidianamente el Powerpoint en nuestras aulas:

“Powerpoint permite a los oradores hacer como si estuvieran dando una conferencia real, y a las audiencias hacer como si estuvieran escuchando”.

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Sobre el autor/a

Enrique Martín Criado

Enrique Martín Criado

Profesor de sociología en la Un. Pablo de Olavide y doctor en sociología por la Universidad Complutense de Madrid, con la tesis “Estrategias de juventud” (publicada como “Producir la juventud”, Istmo, 1988). Ha publicado libros y artículos sobre teoría sociológica, técnicas cualitativas de investigación, análisis de discurso, sociología de la educación, transformaciones de las clases populares, sociología de la alimentación o sociología del trabajo. Entre sus publicaciones recientes destacan “La escuela sin funciones. Crítica de la sociología de la educación crítica” (Bellaterra, 2010), “Les deux Algéries de Pierre Bourdieu” (Ed. du Croquant, 2008) y “Conflictos por el tiempo” (coeditado junto a Carlos Prieto, C.I.S., 2015). Miembro fundador del colectivo “Denunciemos los abusos patronales”.

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