En la vida cotidiana, damos explicaciones muy variadas de nuestros comportamientos. Estas “explicaciones” dependen de la relación con nuestros interlocutores: cuando la relación es superficial, distante, solemos conformarnos con explicaciones “convencionales” -breves fórmulas estereotipadas que sirven para salir del paso-. Son precisamente estas fórmulas banales las que suelen recoger las encuestas, dada la superficialidad de la relación entre persona encuestadora y encuestada.

No me preguntes por qué
Charles Tilly, Princeton University Press, 2006.

En el programa ¿Quién sabe dónde?, que dirigía Paco Lobatón, presencié hace muchos años la siguiente escena: Una madre buscaba a su hijo que había marchado a Mallorca treinta años atrás; desde entonces, no tenía ninguna noticia de él. Mientras la mujer relata su caso, alguien llama al programa: conoce a su hijo. Logran que éste se ponga al teléfono y hable por primera vez en treinta años con su, ya anciana, madre. Ésta le pregunta: “Hijo mío, ¿Por qué no has llamado?”. El hijo, azorado, responde: “No he tenido tiempo”.

Recordé esta anécdota leyendo el libro de Charles Tilly, Why? (¿Por qué?) En él plantea una sugestiva pregunta: ¿cómo explicamos ante otros nuestras acciones? ¿varían estas explicaciones en función de las situaciones e interlocutores? En la vida cotidiana -y en la mala sociología-, pensamos que cada persona tiene sus razones o motivos para hacer lo que hace: cuestionada por ello, nos contaría (o no) esos motivos. Tilly parte de otro supuesto: cada fenómeno que presenciamos, cada acción que protagonizamos está compuesta por una concatenación de actos de multitud de personas, donde además, en el fragor de la acción, muchos aspectos resultan confusos. “Explicar” “qué” ha sucedido y “por qué” ha ocurrido supone todo un trabajo de selección y simplificación de lo sucedido, además de todo un trabajo de inferencia de las “razones” que movieron a actuar a las personas implicadas (incluidos nosotros mismos). Y esta explicación siempre la producimos interpelados por otras personas: justificamos lo que hacemos cuando alguien nos pregunta por qué lo hemos hecho.

Tilly distingue cuatro grandes tipos de razones: convencionales, historias, códigos (legales, organizacionales…), relatos técnicos. Centrémonos en los dos primeros tipos, los más comunes en la vida cotidiana.

Las razones convencionales son las que damos de forma rápida, acudiendo al repertorio de motivos que en cada cultura se consideran aceptables para justificar de forma sencilla la acción. Así, no acudí a un evento porque me faltó tiempo, llegué tarde porque había un atasco, acepté un trabajo sucio porque necesitaba el dinero, me sometí al catedrático explotador porque necesitaba la beca o el contrato, llevé a mis hijos a un colegio religioso porque no había un colegio “bueno” cerca; me duele la cabeza, cariño, esta noche, no…. Estas razones suelen justificar hechos poco llamativos, cotidianos, anodinos. Cuando se trata de sucesos excepcionales, se suelen contar historias: relatos más elaborados, con sus protagonistas y sus eventos. Mientras que las razones convencionales no pretenden dar un relato causal, las historias sí. Estas suelen explicar lo ocurrido atribuyéndolo a las acciones y motivos de alguno de sus protagonistas. Las historias seleccionan hechos y protagonistas, imputando responsabilidades -culpas y méritos- que explicarían los acontecimientos.

Un punto esencial es que las razones que damos dependen de -y definen- las relaciones que tenemos con nuestros interlocutores. Una razón que puede servir en un tipo de relación no sirve en otra. Así, las razones convencionales son las más usadas cuando la relación entre los interlocutores es distante; no servirían en muchos casos en una relación más cercana. “Lo siento, se me pasó la hora, estaba trabajando” puede servir con un conocido cuando se llega tarde -y el comportamiento no es habitual-; la pareja que nos espera en un restaurante para cenar no se conformaría con esta razón convencional, y deberíamos elaborar una historia que justificara el retraso. Asimismo, la jerarquía entre los interlocutores también incide en las razones debidas: un mando no necesita excusarse ante un inferior por un comportamiento descortés; por el contrario, el subordinado se ve compelido a narrarle a su superior una historia mucho más elaborada que justifique su transgresión. Lo expresa con crudeza el estereotipado “Vd. no sabe quién soy”, ante una petición de explicaciones por un comportamiento anómalo.

Volvamos al hijo desaparecido en Mallorca. ¿Por qué nos causa perplejidad -indignada o divertida- su “razón”? Porque no se adecúa ni al interlocutor ni al hecho. “No he tenido tiempo” es una excusa perfecta para pequeñas transgresiones o descortesías cotidianas ante interlocutores distantes (es la excusa preferida por los estudiantes para “explicar” por qué no han leído los textos asignados por el profesor). En el caso del hijo “desaparecido” no se adecúa ni a la excepcionalidad del hecho -no llamar durante décadas tu madre- ni a la relación -madre sólo hay una…-.

El comportamiento del hijo desaparecido nos puede desconcertar. Pero su incongruencia nos revela un hecho que el libro de Tilly deja claro: las “razones” que damos de nuestro comportamiento dependen de la relación con nuestro interlocutor -por ello podemos sentirnos incómodos al tener que “explicarnos” a la vez ante dos interlocutores con los que tenemos relaciones muy diferentes-. Además, suelen ir destinadas a justificarnos ante ese tipo de interlocutor. Por ello, Howard Becker, en su magistral “Los trucos del oficio”, nos advierte: nunca preguntes por qué. Lo más habitual es que recibas la razón más legítima y más adecuada a la relación. Si la relación es distante, se responderá con convenciones: “no tenía tiempo”, “lo necesitaba”, “no tenía alternativa”, si es un hecho cuestionable, o “soy así” (de bueno, de inteligente), si el hecho es loable. Por ello Becker nos aconseja preguntar cómo se desarrollaron los acontecimientos: cómo llegaste a hacer eso, cómo llegó a ocurrir aquello. Becker nos aconseja obtener historias, no convenciones (aunque las historias sean siempre historias interesadas, al menos tenemos algo más que banalidades de cortesía).

Mucha gente que dice practicar sociología ignora el consejo de Becker. Preguntan en entrevistas por qué la gente hizo lo que hizo, y luego recopilan las razones -habitualmente convencionales- en los “códigos” de los programas informáticos de “análisis cualitativo”. Si el “código” se “satura” (esto es, si una “razón” se repite mucho) dicen que han dado con la “explicación”. Así, he llegado a leer textos donde se explicaba la migración por el “código” “para mejorar mi vida”. Y numerosas encuestas pecan -con desinhibida lujuria- en el mismo sentido: buscando “explicar” preguntan “por qué”. Por supuesto, la relación entre persona encuestadora y persona encuestada no es íntima ni cercana: las encuestas sólo pueden recopilar razones convencionales, las mismas que nos justifican sin mucho esfuerzo ante desconocidos.

El libro de Tilly nos ha de servir como profilaxis cuando leamos los resultados de investigaciones, cualitativas o cuantitativas. Cuando éstas nos propongan como “explicación” una “razón convencional”, podemos sospechar que tras la máscara de cientificidad hay una sencilla banalidad: las personas encuestadas o entrevistadas veían a su interrogador como alguien distante, alguien a quien podían -con razón– despachar tranquilamente con una convención -“no he tenido tiempo”-.

Charles Tilly (2006). Why? Princeton University Press.

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Sobre el autor/a

Enrique Martín Criado

Enrique Martín Criado

Profesor de sociología en la Un. Pablo de Olavide y doctor en sociología por la Universidad Complutense de Madrid, con la tesis “Estrategias de juventud” (publicada como “Producir la juventud”, Istmo, 1988). Ha publicado libros y artículos sobre teoría sociológica, técnicas cualitativas de investigación, análisis de discurso, sociología de la educación, transformaciones de las clases populares, sociología de la alimentación o sociología del trabajo. Entre sus publicaciones recientes destacan “La escuela sin funciones. Crítica de la sociología de la educación crítica” (Bellaterra, 2010), “Les deux Algéries de Pierre Bourdieu” (Ed. du Croquant, 2008) y “Conflictos por el tiempo” (coeditado junto a Carlos Prieto, C.I.S., 2015). Miembro fundador del colectivo “Denunciemos los abusos patronales”.

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